25 de diciembre de 2006

Presentación de Raúl Zurita

Lo primero que sorprende en la pintura de Francisca Valenzuela es que pareciera estarnos mostrando permanentemente un doble génesis: ese instante en el cual lo representado emerge de lo abstracto, de lo informe, del color puro, y en que lo abstracto nace de las infinitas sumas de detalles, de yuxtaposiciones, de tejidos superpuestos, que conforman la trama de cualquier representación. Entendemos entonces que mirar, ver, existir, no es otra cosa que ser testigo de un prodigioso punto de equilibrio entre la disolución y el nacimiento, entre el caos y la forma, y que bastaría apenas un soplo, un levísimo cambio, para que el espectáculo uniforme de la naturaleza y del mundo, borrara a sus espectadores. Es el gran tema de esta muestra, los rostros y cuerpos, los árboles, las cosas y los seres que estos cuadros levantan, parecen haber emergido desde un fondo casi inaprensible, como si se hubiesen inmovilizados exactamente en el instante de su visibilidad, para luego deshacerse y formar parte de los infinitos espacios donde la mirada no existe y que nos están vedados desde siempre. Lo que se trata entonces es fundamentalmente la levedad casi enloquecedora del universo y de la vida, como si lo que Francisca Valenzuela nos quisiera mostrar es el lado ciego de nuestrosojos, su fondo arrebatadoramente oscuro o excesivamente luminoso, donde los colores, las formas, los contornos, son una prueba de lo excepcional y milagroso de la existencia, dicho de otras palabras, de lo increíble que haya sido el mundo y no la nada. Miramos asi estos cuadros, nos detenemos frente a ellos ignorando que en realidad son ellos los que nos miran y que en el tumulto de sus colores, de sus perspectivas, de sus puntos de fuga, nuestros cuerpos están también contemplados porque formamos parte de es precariedad insalvable que nos condena a la maravillosa fugacidad de las cosas, a ver, a oír, a escuchar, en el segundo en el segundo privilegiado donde se conforma la totalidad del cosmos. La mirada de la pintora se vuelve sobre las cosas y los estadillos de sus colores le devuelven parte de sus colores al cielo de nuestras caras casi ciegas. Nuestras vidas son apenas un soplo, el minúsculo estallido de una ola en la majestuosidad inabarcable del océano. Es ese resplandor el que nos muestra acá Francisca Valenzuela, ese brevísimo resplandor que es sin embargo la luz del mundo.

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